La alondra coclesana

Julio 31, 2016

La alondra coclesana

July 31, 2016

Cuando un grupo de panameños tomaron la valiente decisión de cargar con la responsabilidad de independizarse de Colombia en 1903, entendieron desde el primer momento la gravedad del compromiso que asumían para con todos los pobladores del Istmo. Era imperativo que aquel estado de zozobra y abandono en que se encontraba Panamá fuera revertido con inversiones primordialmente en las áreas de educación y salud. Este compromiso debía darnos una identidad como nación, transmitir el significado de patria y crear el sentido de pertenencia. De esta casta de personas valerosas y desinteresadas surgieron personajes que sin recibir mayores retribuciones se entregaron en cuerpo y alma a la misión de modificar y modernizar nuestra naciente república en todos sus confines.

La vida a principio del siglo pasado en Panamá y muy especialmente en un poblado como Penonomé estaba llena de necesidades. Pero Coclé supo sobresalir de entre las demás provincias, pues sus pobladores han sido gente muy trabajadora que a través de la ganadería, la producción de azúcar y la explotación de la sal han coadyuvado a la economía nacional sin planearlo. La educación para el coclesano ha estado presente siempre en primera fila. La admiración y el respeto hacia los maestros son parte intrínseca de su personalidad. Es curioso descubrir que ha sido de Coclé de donde han salido la mayoría de los presidentes de la República que hemos tenido.

Y es casualmente en este haber primitivo, nuevo de alguna manera y hasta difícil, que nace el 9 de junio de 1907, en Penonomé, Martina Andrión.

En aquellos tiempos, las mujeres normalmente destinaban su vida a los quehaceres del hogar y a la crianza de los niños en casa. Por ello aquellas mujeres que como la profesora Andrión deseaban romper con los estigmas que la sociedad les imponía, dedicaban todos sus esfuerzos e intelecto a la educación, donde casi siempre sobresalían como extraordinarias intelectuales y pedagogas.

Nacer en 1907 en Coclé ya significaba un reto. Se encontraba lejos de las principales ciudades −Panamá y Colón− y por ende los avances de la modernidad que se iban dando no llegaban con la celeridad que hoy solemos ver. Esto no detuvo a nuestra apreciada alondra en su determinación por aprender, sobresalir y resaltar los valores y geografía de la tierra que la vio nacer.

La maestra Andrión, luego de graduarse de la escuela primaria en Penonomé, quiso trasladar sus conocimientos enseñando en la escuela a muchachos jóvenes, pero no en la escuela más cómoda disponible sino en Churuquita Chiquita, que ahora nos parecerá un lugar cercano, pero que para entonces era de difícil acceso. Tras cuatro años como maestra entendió que su potencial intelectual le exigía prepararse mejor, para así devolverle a su gente coclesana parte de lo que la naturaleza le dio. Por ello, acudió a la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, en Santiago de Veraguas, para luego trasladarse a la ciudad de Panamá y concluir sus estudios secundarios en el Instituto Justo Arosemena.

Al concluir, comenzó una carrera como pedagoga que la llevaría a Sofre, Panamá, Colón, Antón y Bocas del Toro. En adición, estudió música, lo que provocaría que optara por ponerle música a sus poemas. Además, representó a Panamá como agregada cultural ante la República de Bolivia.

Su amor por la tierra que la vio nacer fue tal que compuso el poema Terruño, donde de forma excepcional describirá su natal Penonomé:

Ciudad jovial tranquila

Del Zaratí y el Encanto

con tu zafiro en los cielos

y tu esmeralda en los llanos

 Sofre, lugar al que le dedicaría parte de su vida profesional, la impactó por su belleza y por ello le dedicó un poema que en parte decía:

¡Sofre!
Oh, Sofre eres mi encanto
la paz en mi quebranto
mi añoranza mejor.

Sofre, mi príncipe de selva
de aquel jardín ofrenda
relicario de amor.

¡Sofre!, mi Sofre tan lejano
tan dueño de mi arcano
altarcito sin par
¡Sofre!, del indio rinconcito
mi Sofre tan bonito
Hoy te vuelvo a encontrar.

Coclé es hoy conocido como el arco seco de Panamá, por sus pocas lluvias y sus espectaculares veranos. Con ese marco geográfico de fondo la profesora Andrión acostumbrada a pasar parte del verano en las playas de Farallón, por lo cual se siente impulsada a dedicarle un bolero ante la belleza de su mar, el espectacular escenario de sus pescadores tirando de las redes y su abundancia de conchas, que en parte decía:

Olas, olas de lata. ¡Noche de mar!
Redes y caracoles, que hacen soñar.
Beso, que se desangra con mi canción.
Luna, rocas y arenas, ¡mi farallón!

Por su cercanía con Penonomé, Aguadulce tierra de sal y azúcar, no podía menos que ser parte de las canciones que compondría tan docta profesora: 

Allá en la verde llanura
del Vigía, a la salina.
Canto y sudor se convierten
en sal y azúcar fina.

El mar es hondo tesoro.
De Aguadulce, rubia mina.
Bajo la ardiente solana
cuadros de sal cristalina.

La caña en rico torrente.
Del trapiche a la honda tina,
arenas de dulce blanco
que allá el ingenio refina.

El poemario y música de la maestra Martina Andrión es vasto y los más destacados son: Panamá míoLa flor del Espíritu SantoPicachos de OláLamparita de aceitePocrí, entre muchos otros. Además, publicó en La Estrella de Panamá un escrito denominado “Relatos de mi viaje por Europa” y la obra “San Blas Joyel del Istmo”. Su labor la llevó a ser reconocida por sus obras por instituciones gubernamentales y privadas en varias oportunidades.

No hay persona que conociendo a nuestro personaje no exprese que su mayor bolero y el más conocido es Guacamaya. Canción compuesta en 1962 y con la que hasta hoy se manifiesta la conclusión de la mojadera en Penonomé. No he podido encontrar a alguien que me explique de dónde surge tal costumbre que perdura hasta hoy, pero me puedo imaginar que a eso de las cuatro de la tarde cuando el sol, el agua y los tragos han hecho su efecto no nos queda otra cosa que ver el cerro Guacamaya −que doña Martina denominaba la pirámide− en toda su majestuosidad y provocar la nostalgia del recuerdo de lo vivido.

¡Guacamaya! ¡Lindo Guacamaya!
Monge que ora y calla
¡Mi Penonomé!

Cuando un grupo de panameños tomaron la valiente decisión de cargar con la responsabilidad de independizarse de Colombia en 1903, entendieron desde el primer momento la gravedad del compromiso que asumían para con todos los pobladores del Istmo. Era imperativo que aquel estado de zozobra y abandono en que se encontraba Panamá fuera revertido con inversiones primordialmente en las áreas de educación y salud. Este compromiso debía darnos una identidad como nación, transmitir el significado de patria y crear el sentido de pertenencia. De esta casta de personas valerosas y desinteresadas surgieron personajes que sin recibir mayores retribuciones se entregaron en cuerpo y alma a la misión de modificar y modernizar nuestra naciente república en todos sus confines.

La vida a principio del siglo pasado en Panamá y muy especialmente en un poblado como Penonomé estaba llena de necesidades. Pero Coclé supo sobresalir de entre las demás provincias, pues sus pobladores han sido gente muy trabajadora que a través de la ganadería, la producción de azúcar y la explotación de la sal han coadyuvado a la economía nacional sin planearlo. La educación para el coclesano ha estado presente siempre en primera fila. La admiración y el respeto hacia los maestros son parte intrínseca de su personalidad. Es curioso descubrir que ha sido de Coclé de donde han salido la mayoría de los presidentes de la República que hemos tenido.

Y es casualmente en este haber primitivo, nuevo de alguna manera y hasta difícil, que nace el 9 de junio de 1907, en Penonomé, Martina Andrión.

En aquellos tiempos, las mujeres normalmente destinaban su vida a los quehaceres del hogar y a la crianza de los niños en casa. Por ello aquellas mujeres que como la profesora Andrión deseaban romper con los estigmas que la sociedad les imponía, dedicaban todos sus esfuerzos e intelecto a la educación, donde casi siempre sobresalían como extraordinarias intelectuales y pedagogas.

Nacer en 1907 en Coclé ya significaba un reto. Se encontraba lejos de las principales ciudades −Panamá y Colón− y por ende los avances de la modernidad que se iban dando no llegaban con la celeridad que hoy solemos ver. Esto no detuvo a nuestra apreciada alondra en su determinación por aprender, sobresalir y resaltar los valores y geografía de la tierra que la vio nacer.

La maestra Andrión, luego de graduarse de la escuela primaria en Penonomé, quiso trasladar sus conocimientos enseñando en la escuela a muchachos jóvenes, pero no en la escuela más cómoda disponible sino en Churuquita Chiquita, que ahora nos parecerá un lugar cercano, pero que para entonces era de difícil acceso. Tras cuatro años como maestra entendió que su potencial intelectual le exigía prepararse mejor, para así devolverle a su gente coclesana parte de lo que la naturaleza le dio. Por ello, acudió a la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, en Santiago de Veraguas, para luego trasladarse a la ciudad de Panamá y concluir sus estudios secundarios en el Instituto Justo Arosemena.

Al concluir, comenzó una carrera como pedagoga que la llevaría a Sofre, Panamá, Colón, Antón y Bocas del Toro. En adición, estudió música, lo que provocaría que optara por ponerle música a sus poemas. Además, representó a Panamá como agregada cultural ante la República de Bolivia.

Su amor por la tierra que la vio nacer fue tal que compuso el poema Terruño, donde de forma excepcional describirá su natal Penonomé:

Ciudad jovial tranquila

Del Zaratí y el Encanto

con tu zafiro en los cielos

y tu esmeralda en los llanos

Sofre, lugar al que le dedicaría parte de su vida profesional, la impactó por su belleza y por ello le dedicó un poema que en parte decía:

¡Sofre!
Oh, Sofre eres mi encanto
la paz en mi quebranto
mi añoranza mejor.

Sofre, mi príncipe de selva
de aquel jardín ofrenda
relicario de amor.

¡Sofre!, mi Sofre tan lejano
tan dueño de mi arcano
altarcito sin par
¡Sofre!, del indio rinconcito
mi Sofre tan bonito
Hoy te vuelvo a encontrar.

Coclé es hoy conocido como el arco seco de Panamá, por sus pocas lluvias y sus espectaculares veranos. Con ese marco geográfico de fondo la profesora Andrión acostumbrada a pasar parte del verano en las playas de Farallón, por lo cual se siente impulsada a dedicarle un bolero ante la belleza de su mar, el espectacular escenario de sus pescadores tirando de las redes y su abundancia de conchas, que en parte decía:

Olas, olas de lata. ¡Noche de mar!
Redes y caracoles, que hacen soñar.
Beso, que se desangra con mi canción.
Luna, rocas y arenas, ¡mi farallón!

Por su cercanía con Penonomé, Aguadulce tierra de sal y azúcar, no podía menos que ser parte de las canciones que compondría tan docta profesora:

Allá en la verde llanura
del Vigía, a la salina.
Canto y sudor se convierten
en sal y azúcar fina.

El mar es hondo tesoro.
De Aguadulce, rubia mina.
Bajo la ardiente solana
cuadros de sal cristalina.

La caña en rico torrente.
Del trapiche a la honda tina,
arenas de dulce blanco
que allá el ingenio refina.

El poemario y música de la maestra Martina Andrión es vasto y los más destacados son: Panamá mío; La flor del Espíritu Santo; Picachos de Olá; Lamparita de aceite; Pocrí, entre muchos otros. Además, publicó en La Estrella de Panamá un escrito denominado “Relatos de mi viaje por Europa” y la obra “San Blas Joyel del Istmo”. Su labor la llevó a ser reconocida por sus obras por instituciones gubernamentales y privadas en varias oportunidades.

No hay persona que conociendo a nuestro personaje no exprese que su mayor bolero y el más conocido es Guacamaya. Canción compuesta en 1962 y con la que hasta hoy se manifiesta la conclusión de la mojadera en Penonomé. No he podido encontrar a alguien que me explique de dónde surge tal costumbre que perdura hasta hoy, pero me puedo imaginar que a eso de las cuatro de la tarde cuando el sol, el agua y los tragos han hecho su efecto no nos queda otra cosa que ver el cerro Guacamaya −que doña Martina denominaba la pirámide− en toda su majestuosidad y provocar la nostalgia del recuerdo de lo vivido.

¡Guacamaya! ¡Lindo Guacamaya!
Monge que ora y calla
¡Mi Penonomé!

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