El 70 aniversario del fin de la II Guerra Mundial, ayer como hoy

Mayo 03, 2015

El 70 aniversario del fin de la II Guerra Mundial, ayer como hoy

May 03, 2015

Cada vez que se acerca la fecha en que se conmemora la terminación de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y muy especialmente cuando se trata de una década más, los medios de comunicación tienden a recapitular las atrocidades que se dieron durante la misma con el fin de recordárnosla en la búsqueda de tratar de evitar que se vuelva a repetir. Sin embargo, nos olvidamos cuáles fueron las causas que llevaron al mundo a este punto sin retorno y lo que es más grave aún, no nos detenemos a analizar cuáles hubieran sido las consecuencias si Alemania hubiese ganado la guerra.

La Segunda Guerra no fue otra cosa que la continuidad de la Primera Guerra, la cual, supuestamente, habría concluido con el Tratado de Versalles, pero que al imponer fuertes sanciones al vencido lo llevaría a un estado de hambruna y desesperación cuyas consecuencias permitirían el despertar de un nacionalismo y el empoderamiento de un partido casi inexistente en los años treinta, que con cantos de sirena, una buena oratoria y algo de fuerza y mucha astucia se haría del poder, como ya había sucedido en Italia y Japón.

Con la llegada al poder de Adolfo Hitler, en 1933, surgen nuevas ideas encaminadas a iniciar una lucha espiritual y frontal contra los judíos e introducir hasta lo más profundo de la sociedad alemana una nueva ética moral que buscaba que la población sintiera la idea de que los judíos eran los causantes de todas las atrocidades y dificultades económicas que habían pasado después de la Primera Guerra. Eso le permitió hacerse de los comercios, destruir tiendas, monasterios y sinagogas. El fin último era crear una cuasi religión que demostrara que Dios los había creado como una raza superior y que como tales debían gobernar al mundo por designio divino. Situación similar propondría más tarde Mussolini. Los alemanes llegaron a creer que solo esta fe los salvaría, los engrandecería y los haría amos del mundo.

Estas ideologías que penetraron exitosamente a la sociedad alemana, fueron transmitidas al resto del mundo e hicieron creer a la población mundial que este Tercer Reich duraría, como decía Hitler, mil años. De hecho, Alemania consideraba que los países occidentales vivían una realidad obsoleta y lo peor del caso es que muchos se lo llegaron a creer y trataron de imitar el nuevo sistema que parecía que sería el perfecto.

Bajo este nuevo concepto filosófico los nazis iniciaron prácticas de eugenesia en busca del nacimiento del humano perfecto. Además, comenzaron un sistema de asesinatos en contra de las personas con enfermedades terminales o que hubiesen nacido con alguna dificultad, bajo la premisa de que tenían un costo innecesario para la economía de la sociedad. Aunado a las persecuciones contra los judíos, idearon campos de concentración o más bien de muerte a donde perecerían ingentes cantidades de personas.

Sobre la base de su creencia de supremacía racial salieron a conquistar el resto del planeta, invadiendo Austria, Polonia, Holanda y Francia a un costo de vidas inocentes enorme. El impacto psicológico que producían sus feroces ataques contra la población civil y militar, así como sus posteriores establecimientos en la organización gubernamental de las tierras invadidas, crearon el ambiente perfecto para que todos creyeran que el ejército nazi era imbatible.

¿Pero qué se peleó durante la guerra?  La respuesta habitual suele ser que contra los alemanes. La realidad es otra. Se luchó por las libertades más básicas del individuo: la libertad de culto, la libertad de movimiento, la libertad a la vida. Se luchó contra un sistema que llenó de muerte y sangre a civiles inocentes, que rompió con fronteras establecidas por los antepasados; se luchó por la libertad a pensar de forma diferente, por la libertad económica de las naciones, pero sobre todo por ser libres.

¿Qué hubiera pasado si los alemanes ganan la guerra? La respuesta es difícil de asimilar, pero me atrevo a hacer algunas conjeturas inimaginables. Casi todos los países de Europa serían parte de Alemania, algo así como una federación. La bandera de Francia la podríamos ver solamente en museos. Los judíos que hubiesen sobrevivido vivirían en asentamientos totalmente replegados o en los Estados Unidos, país que sin duda llegaría a un acuerdo de paz con los vencederos. La guerra fría sería con Alemania y no con Rusia. El comunismo sería una ideología del montón y sin impactos importantes en el resto de los países. La capital del poder político y económico  estaría en Berlín. Palestina no estaría en disputa con Israel. Los países perdedores todavía estarían pagando grandes sumas de dinero a Alemania por sus gastos en la guerra y gran parte de los países del África serían colonias alemanas. Alemania hubiese puesto al primer hombre en la Luna. Recordemos que el inventor del cohete fue el científico alemán Wernher Magnus Maximilian Freiherr von Braun, que al finalizar la guerra se entregó a los americanos y los ayudó a desarrollar los cohetes que llevarían al primer hombre al espacio y a la Luna. Los territorios del Pacífico estarían en manos de los japoneses y hasta tal vez parte del oeste de los Estados Unidos. Las religiones y muy especialmente la católica habrían sufrido un cisma eclesiástico con una nueva corriente ideológica basada en la superioridad de la raza y donde los vencedores serían los pueblos escogidos por Dios para gobernar. Alemania no hubiese sido dividida en dos. En el caso de Inglaterra, por ser una isla, estaría aislada y con sanciones económicas y comerciales. Y los muertos que dejaría la guerra no serían 60 millones sino muchos más como consecuencia de la posguerra.

No hay guerra buena, por ello cuando pensemos en estos setenta años de triunfo, dediquemos un momento para pensar en aquellos hombres, mujeres y niños ‒hoy desconocidos‒ que dieron su vida por la libertad; pero sobre todo, veamos la lección universal y comparemos el ayer con el hoy observando con sutileza la invasión de Rusia a Ucrania o al dominio económico que Alemania ejerce sobre el resto de los países de Europa.

Cada vez que se acerca la fecha en que se conmemora la terminación de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y muy especialmente cuando se trata de una década más, los medios de comunicación tienden a recapitular las atrocidades que se dieron durante la misma con el fin de recordárnosla en la búsqueda de tratar de evitar que se vuelva a repetir. Sin embargo, nos olvidamos cuáles fueron las causas que llevaron al mundo a este punto sin retorno y lo que es más grave aún, no nos detenemos a analizar cuáles hubieran sido las consecuencias si Alemania hubiese ganado la guerra.

La Segunda Guerra no fue otra cosa que la continuidad de la Primera Guerra, la cual, supuestamente, habría concluido con el Tratado de Versalles, pero que al imponer fuertes sanciones al vencido lo llevaría a un estado de hambruna y desesperación cuyas consecuencias permitirían el despertar de un nacionalismo y el empoderamiento de un partido casi inexistente en los años treinta, que con cantos de sirena, una buena oratoria y algo de fuerza y mucha astucia se haría del poder, como ya había sucedido en Italia y Japón.

Con la llegada al poder de Adolfo Hitler, en 1933, surgen nuevas ideas encaminadas a iniciar una lucha espiritual y frontal contra los judíos e introducir hasta lo más profundo de la sociedad alemana una nueva ética moral que buscaba que la población sintiera la idea de que los judíos eran los causantes de todas las atrocidades y dificultades económicas que habían pasado después de la Primera Guerra. Eso le permitió hacerse de los comercios, destruir tiendas, monasterios y sinagogas. El fin último era crear una cuasi religión que demostrara que Dios los había creado como una raza superior y que como tales debían gobernar al mundo por designio divino. Situación similar propondría más tarde Mussolini. Los alemanes llegaron a creer que solo esta fe los salvaría, los engrandecería y los haría amos del mundo.

Estas ideologías que penetraron exitosamente a la sociedad alemana, fueron transmitidas al resto del mundo e hicieron creer a la población mundial que este Tercer Reich duraría, como decía Hitler, mil años. De hecho, Alemania consideraba que los países occidentales vivían una realidad obsoleta y lo peor del caso es que muchos se lo llegaron a creer y trataron de imitar el nuevo sistema que parecía que sería el perfecto.

Bajo este nuevo concepto filosófico los nazis iniciaron prácticas de eugenesia en busca del nacimiento del humano perfecto. Además, comenzaron un sistema de asesinatos en contra de las personas con enfermedades terminales o que hubiesen nacido con alguna dificultad, bajo la premisa de que tenían un costo innecesario para la economía de la sociedad. Aunado a las persecuciones contra los judíos, idearon campos de concentración o más bien de muerte a donde perecerían ingentes cantidades de personas.

Sobre la base de su creencia de supremacía racial salieron a conquistar el resto del planeta, invadiendo Austria, Polonia, Holanda y Francia a un costo de vidas inocentes enorme. El impacto psicológico que producían sus feroces ataques contra la población civil y militar, así como sus posteriores establecimientos en la organización gubernamental de las tierras invadidas, crearon el ambiente perfecto para que todos creyeran que el ejército nazi era imbatible.

¿Pero qué se peleó durante la guerra?  La respuesta habitual suele ser que contra los alemanes. La realidad es otra. Se luchó por las libertades más básicas del individuo: la libertad de culto, la libertad de movimiento, la libertad a la vida. Se luchó contra un sistema que llenó de muerte y sangre a civiles inocentes, que rompió con fronteras establecidas por los antepasados; se luchó por la libertad a pensar de forma diferente, por la libertad económica de las naciones, pero sobre todo por ser libres.

¿Qué hubiera pasado si los alemanes ganan la guerra? La respuesta es difícil de asimilar, pero me atrevo a hacer algunas conjeturas inimaginables. Casi todos los países de Europa serían parte de Alemania, algo así como una federación. La bandera de Francia la podríamos ver solamente en museos. Los judíos que hubiesen sobrevivido vivirían en asentamientos totalmente replegados o en los Estados Unidos, país que sin duda llegaría a un acuerdo de paz con los vencederos. La guerra fría sería con Alemania y no con Rusia. El comunismo sería una ideología del montón y sin impactos importantes en el resto de los países. La capital del poder político y económico  estaría en Berlín. Palestina no estaría en disputa con Israel. Los países perdedores todavía estarían pagando grandes sumas de dinero a Alemania por sus gastos en la guerra y gran parte de los países del África serían colonias alemanas. Alemania hubiese puesto al primer hombre en la Luna. Recordemos que el inventor del cohete fue el científico alemán Wernher Magnus Maximilian Freiherr von Braun, que al finalizar la guerra se entregó a los americanos y los ayudó a desarrollar los cohetes que llevarían al primer hombre al espacio y a la Luna. Los territorios del Pacífico estarían en manos de los japoneses y hasta tal vez parte del oeste de los Estados Unidos. Las religiones y muy especialmente la católica habrían sufrido un cisma eclesiástico con una nueva corriente ideológica basada en la superioridad de la raza y donde los vencedores serían los pueblos escogidos por Dios para gobernar. Alemania no hubiese sido dividida en dos. En el caso de Inglaterra, por ser una isla, estaría aislada y con sanciones económicas y comerciales. Y los muertos que dejaría la guerra no serían 60 millones sino muchos más como consecuencia de la posguerra.

No hay guerra buena, por ello cuando pensemos en estos setenta años de triunfo, dediquemos un momento para pensar en aquellos hombres, mujeres y niños ‒hoy desconocidos‒ que dieron su vida por la libertad; pero sobre todo, veamos la lección universal y comparemos el ayer con el hoy observando con sutileza la invasión de Rusia a Ucrania o al dominio económico que Alemania ejerce sobre el resto de los países de Europa.

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