Volver al pasado

Octubre 17, 2017

Volver al pasado

October 17, 2017

¿Quién no ha escuchado hablar de la globalización? Ese proceso ideado por los grandes emporios económicos, iniciado de manera agresiva en la década de los noventa, en el pasado siglo.

El plan no sonaba descabellado, se privatizarían las empresas estatales de servicios públicos y cualquier otra institución que les fuera atractiva a los organismos internacionales con el argumento de que el Estado no era empresario y que en manos privadas esos servicios serían más eficientes y modernos. En la práctica se demostró que muchos países tuvieron acceso a mejores herramientas tecnológicas, a ampliar sus medios de transporte y, por ende, optimizar la libre movilización del ser humano, a obtener mayor información y consecuentemente la democratización de la política, el pensamiento y la cultura; en fin, dejaríamos de ser locales para convertirnos en internacionales.

Se creó una competencia inesperada que mejoró la calidad de los productos y servicios que se podían obtener en el país, pero al mismo tiempo no se nos preparó internamente para internacionalizarnos o competir con las empresas provenientes de países industrializados, las cuales pudieron ingresar a nuevos mercados antes impensables con la eliminación de barreras arancelarias y la eliminación del proteccionismo a las industrias locales. La consecuencia fue clara, se provocó que la industria local se viera en problemas y hasta desapareciera.

En el último año hemos empezado a ver una postura que refleja una tendencia de la población mundial por volver al pasado.

Primeramente, el surgimiento de nuevas corrientes políticas de ultraderecha, que arraigan sus pensamientos en una simulación del socialismo, promoviendo entre la población la xenofobia y culpando de todos los males internos a los extranjeros que, por cierto, los gobiernos anteriores dejaron ingresar en sus países como parte de la política de globalización. En adición, estos movimientos, que están llegando al poder, han iniciado una persecución contra los políticos  tradicionales y las grandes corporaciones como si se tratara de una venganza contra los que un día les robaron su sueño, su ideal, su pan. Claro que el abuso y la corrupción han llevado a esta postura que –lejos de resolver el problema– abre mayores brechas sociales y nos deja con un vacío de representación ciudadana haciéndonos endebles ante cualquier propuesta política-social-económica que suene mejor a lo que tenemos y que castigue la avaricia de las grandes corporaciones y políticos.

Esta situación decanta inevitablemente en lo económico. El sistema actual se encuentra en crisis. Se hace imposible por una multiplicidad de razones que la economía crezca a los niveles no solo deseados por la población, sino también requeridos por una ciudadanía cada vez más creciente y necesitada de mayores recursos de toda índole, desde los básicos (luz, agua, electricidad, recolección de basura, carreteras), hasta los alimentarios. La demanda de Panamá está basada simplemente en lo que de verdad se necesita y en el recuerdo de un pasado que nos permitía vivir mejor con menos complicaciones y a un menor coste.

Pero, ¿qué podemos esperar si la llamada globalización está en crisis a nivel planetario? Vemos cómo las economías, las industrias, los comercios y el medio ambiente están decreciendo en el mundo, y quién pensaría que ello no llegaría acá. Claro, es que la globalización no solo trae lo bueno sino que también aporta sus crisis.

No hay salida fácil. Los países se están replanteando volver al pasado. Solo hay que mirar el brexit en Inglaterra, los discursos de Trump en Estados Unidos, las promesas de Marine Le Penn en Francia, para concluir con facilidad que el deseo popular es volver a establecer controles en muchos ámbitos, como lo son la protección a las industrias locales con aranceles y cuotas de importación; el control hacia las grandes corporaciones en sus planes por reabastecer sus industrias con materias primas de regiones en vías de desarrollo ( Latinoamérica y África) y el cierre de las fronteras a extranjeros indocumentados y que no aportan a la economía local ni pagan impuestos con el fin de disminuir la demanda y el coste de los servicios de salud y hasta de alimentación para el país.

La población ha empezado a reclamar su espacio personal. La posibilidad de tomar sus propias decisiones que incluyen las fiscales, sin imposiciones de ninguna naturaleza de organismos internacionales, gobiernos o corporaciones de no estar supeditados a listas de ningún color.

Los movimientos en busca de las reivindicaciones de las identidades locales han empezado y Panamá no escapará a ellos.

¿Quién no ha escuchado hablar de la globalización? Ese proceso ideado por los grandes emporios económicos, iniciado de manera agresiva en la década de los noventa, en el pasado siglo.

El plan no sonaba descabellado, se privatizarían las empresas estatales de servicios públicos y cualquier otra institución que les fuera atractiva a los organismos internacionales con el argumento de que el Estado no era empresario y que en manos privadas esos servicios serían más eficientes y modernos. En la práctica se demostró que muchos países tuvieron acceso a mejores herramientas tecnológicas, a ampliar sus medios de transporte y, por ende, optimizar la libre movilización del ser humano, a obtener mayor información y consecuentemente la democratización de la política, el pensamiento y la cultura; en fin, dejaríamos de ser locales para convertirnos en internacionales.

Se creó una competencia inesperada que mejoró la calidad de los productos y servicios que se podían obtener en el país, pero al mismo tiempo no se nos preparó internamente para internacionalizarnos o competir con las empresas provenientes de países industrializados, las cuales pudieron ingresar a nuevos mercados antes impensables con la eliminación de barreras arancelarias y la eliminación del proteccionismo a las industrias locales. La consecuencia fue clara, se provocó que la industria local se viera en problemas y hasta desapareciera.

En el último año hemos empezado a ver una postura que refleja una tendencia de la población mundial por volver al pasado.

Primeramente, el surgimiento de nuevas corrientes políticas de ultraderecha, que arraigan sus pensamientos en una simulación del socialismo, promoviendo entre la población la xenofobia y culpando de todos los males internos a los extranjeros que, por cierto, los gobiernos anteriores dejaron ingresar en sus países como parte de la política de globalización. En adición, estos movimientos, que están llegando al poder, han iniciado una persecución contra los políticos  tradicionales y las grandes corporaciones como si se tratara de una venganza contra los que un día les robaron su sueño, su ideal, su pan. Claro que el abuso y la corrupción han llevado a esta postura que –lejos de resolver el problema– abre mayores brechas sociales y nos deja con un vacío de representación ciudadana haciéndonos endebles ante cualquier propuesta política-social-económica que suene mejor a lo que tenemos y que castigue la avaricia de las grandes corporaciones y políticos.

Esta situación decanta inevitablemente en lo económico. El sistema actual se encuentra en crisis. Se hace imposible por una multiplicidad de razones que la economía crezca a los niveles no solo deseados por la población, sino también requeridos por una ciudadanía cada vez más creciente y necesitada de mayores recursos de toda índole, desde los básicos (luz, agua, electricidad, recolección de basura, carreteras), hasta los alimentarios. La demanda de Panamá está basada simplemente en lo que de verdad se necesita y en el recuerdo de un pasado que nos permitía vivir mejor con menos complicaciones y a un menor coste.

Pero, ¿qué podemos esperar si la llamada globalización está en crisis a nivel planetario? Vemos cómo las economías, las industrias, los comercios y el medio ambiente están decreciendo en el mundo, y quién pensaría que ello no llegaría acá. Claro, es que la globalización no solo trae lo bueno sino que también aporta sus crisis.

No hay salida fácil. Los países se están replanteando volver al pasado. Solo hay que mirar el brexit en Inglaterra, los discursos de Trump en Estados Unidos, las promesas de Marine Le Penn en Francia, para concluir con facilidad que el deseo popular es volver a establecer controles en muchos ámbitos, como lo son la protección a las industrias locales con aranceles y cuotas de importación; el control hacia las grandes corporaciones en sus planes por reabastecer sus industrias con materias primas de regiones en vías de desarrollo ( Latinoamérica y África) y el cierre de las fronteras a extranjeros indocumentados y que no aportan a la economía local ni pagan impuestos con el fin de disminuir la demanda y el coste de los servicios de salud y hasta de alimentación para el país.

La población ha empezado a reclamar su espacio personal. La posibilidad de tomar sus propias decisiones que incluyen las fiscales, sin imposiciones de ninguna naturaleza de organismos internacionales, gobiernos o corporaciones de no estar supeditados a listas de ningún color.

Los movimientos en busca de las reivindicaciones de las identidades locales han empezado y Panamá no escapará a ellos.

  Anterior
Todos estamos pinchados
Siguiente  
Oportunidades en épocas de cambio