LOS SUBSIDIOS SON UN APOYO, NO UNA FORMA DE VIDA

Diciembre 18, 2018

LOS SUBSIDIOS SON UN APOYO, NO UNA FORMA DE VIDA

Diciembre 18, 2018

Desde hace ya algunas décadas, los gobiernos de Panamá se han dado a la tarea de llevar a cabo políticas supuestamente populistas, que lejos de resolver de manera permanente las necesidades de los más necesitados crean un estado de parásitos que impacta de forma directa a los contribuyentes y al país.

Los ejemplos abundan. Recuerdo que hace algunos años a raíz de la alta morosidad de los deudores del Banco Hipotecario, el gobierno de turno tomó la decisión de condonar parte de la deuda y los intereses a las familias que de forma irresponsable estaban más morosas. Lo paradójico de esto es que aquel ciudadano que de manera sistemática y ordenada estuvo pagando su deuda no recibió incentivo alguno. Conclusión, da lo mismo si se paga o no, el “pobrecito” moroso será recompensado.

Panamá se ha convertido en el país de los subsidios. Se han creado subsidios para la comida, pero el comerciante nunca pierde y si estos comestibles tienen que ocupar espacios en sus tiendas y supermercados o no venden los productos subsidiados, encarecen otros productos que no forman parte de la canasta básica, pero que su uso y consumo son indispensables. Es decir, el efecto es cero.

Y qué decir del pago de jubilaciones retenidas antiguamente y de las cuales mucho de los beneficiarios ya han fallecido o del subsidio al pasaje del Metro Bus que nadie pidió. ¿Se han preguntado qué pudimos hacer con ese dinero?

La matemática es simple y los políticos no terminan de entender que lo que están haciendo es vaciar las arcas, aumentar la deuda pública, crear irresponsabilidad ciudadana y malgastar el dinero de los que pagamos impuestos.

Los subsidios son una ayuda ante una situación inesperada, urgente o catastrófica. Sin embargo, los ciudadanos acostumbrados ya al “salve” no se preparan, ni los educan para eventualidades inesperadas o para hacerles frente de manera individual a los problemas que la vida les trae.

Ante lo catastrófico corren a cerrar las calles o a llamar a toda la prensa, le dicen al país que ellos son humildes y sin recursos y que los más afortunados deben apoyarlos en su causa que para ellos es muy justa.

Luego que arman un tremendo alboroto, los noticieros se hacen eco de la situación e inician sendos debates sobre el papel que debe jugar el gobierno ante esta triste realidad.

Ante la presión mediática y acercándose las elecciones, el gobierno les entrega partidas a los diputados para que compren lo que ellos crean necesario para ayudar a esa población necesitada. Las decisiones de los legisladores sobre el uso de los fondos que les regala el gobierno central son variopintas, pues van desde regalar colchones hasta camisetas y jamones. Jamás usan el dinero para hacer una nueva escuela, cambiar las bancas de los salones de algún colegio en sus circuitos o mandar medicinas. ¡Qué va!, eso que lo haga el gobierno con lo que sobre.

Ante el problema de requerir más y más dinero para todas las prebendas ciudadanas, políticas y de los diputados, el gobierno decide aumentar los impuestos. Sí, nos pasa la cuenta a todos. Pide adelantos de dividendos de empresas estatales, crea moratorias para el pago de impuestos, ya que los ciudadanos se atrasan en los mismos. Pero cómo no se van a atrasar si el costo de la vida se dispara sin cesar.

Y luego viene lo peor. Los gobiernos, ante la falta de dinero, dejan de pagarles a los proveedores, no le hacen frente a las necesidades hospitalarias de sus asegurados; es decir, de aquellos que por muchos años pagaron su seguro social y que ahora no tienen medicinas ni camas.

Las futuras generaciones no tienen donde estudiar. Y cuando se gradúan de la universidad las posibilidades para conseguir empleos son muy limitadas y, por ende, sus salarios bajos, lo que provoca nuevamente que el gobierno pase la cuenta a los empresarios subiendo el salario mínimo.

Así sigue y sigue la rueda, generación tras generación, hasta que finalmente se reviente por la poca o ninguna posibilidad de pagar tantos regalos.

En unos años, los países que más subsidios den serán los más pobres y sus talentos se irán a otras latitudes o crearán una burbuja social que ignore por completo el problema. Claro, si no aparece un socialista del siglo XXI.

Desde hace ya algunas décadas, los gobiernos de Panamá se han dado a la tarea de llevar a cabo políticas supuestamente populistas, que lejos de resolver de manera permanente las necesidades de los más necesitados crean un estado de parásitos que impacta de forma directa a los contribuyentes y al país.

Los ejemplos abundan. Recuerdo que hace algunos años a raíz de la alta morosidad de los deudores del Banco Hipotecario, el gobierno de turno tomó la decisión de condonar parte de la deuda y los intereses a las familias que de forma irresponsable estaban más morosas. Lo paradójico de esto es que aquel ciudadano que de manera sistemática y ordenada estuvo pagando su deuda no recibió incentivo alguno. Conclusión, da lo mismo si se paga o no, el “pobrecito” moroso será recompensado.

Panamá se ha convertido en el país de los subsidios. Se han creado subsidios para la comida, pero el comerciante nunca pierde y si estos comestibles tienen que ocupar espacios en sus tiendas y supermercados o no venden los productos subsidiados, encarecen otros productos que no forman parte de la canasta básica, pero que su uso y consumo son indispensables. Es decir, el efecto es cero.

Y qué decir del pago de jubilaciones retenidas antiguamente y de las cuales mucho de los beneficiarios ya han fallecido o del subsidio al pasaje del Metro Bus que nadie pidió. ¿Se han preguntado qué pudimos hacer con ese dinero?

La matemática es simple y los políticos no terminan de entender que lo que están haciendo es vaciar las arcas, aumentar la deuda pública, crear irresponsabilidad ciudadana y malgastar el dinero de los que pagamos impuestos.

Los subsidios son una ayuda ante una situación inesperada, urgente o catastrófica. Sin embargo, los ciudadanos acostumbrados ya al “salve” no se preparan, ni los educan para eventualidades inesperadas o para hacerles frente de manera individual a los problemas que la vida les trae.

Ante lo catastrófico corren a cerrar las calles o a llamar a toda la prensa, le dicen al país que ellos son humildes y sin recursos y que los más afortunados deben apoyarlos en su causa que para ellos es muy justa.

Luego que arman un tremendo alboroto, los noticieros se hacen eco de la situación e inician sendos debates sobre el papel que debe jugar el gobierno ante esta triste realidad.

Ante la presión mediática y acercándose las elecciones, el gobierno les entrega partidas a los diputados para que compren lo que ellos crean necesario para ayudar a esa población necesitada. Las decisiones de los legisladores sobre el uso de los fondos que les regala el gobierno central son variopintas, pues van desde regalar colchones hasta camisetas y jamones. Jamás usan el dinero para hacer una nueva escuela, cambiar las bancas de los salones de algún colegio en sus circuitos o mandar medicinas. ¡Qué va!, eso que lo haga el gobierno con lo que sobre.

Ante el problema de requerir más y más dinero para todas las prebendas ciudadanas, políticas y de los diputados, el gobierno decide aumentar los impuestos. Sí, nos pasa la cuenta a todos. Pide adelantos de dividendos de empresas estatales, crea moratorias para el pago de impuestos, ya que los ciudadanos se atrasan en los mismos. Pero cómo no se van a atrasar si el costo de la vida se dispara sin cesar.

Y luego viene lo peor. Los gobiernos, ante la falta de dinero, dejan de pagarles a los proveedores, no le hacen frente a las necesidades hospitalarias de sus asegurados; es decir, de aquellos que por muchos años pagaron su seguro social y que ahora no tienen medicinas ni camas.

Las futuras generaciones no tienen donde estudiar. Y cuando se gradúan de la universidad las posibilidades para conseguir empleos son muy limitadas y, por ende, sus salarios bajos, lo que provoca nuevamente que el gobierno pase la cuenta a los empresarios subiendo el salario mínimo.

Así sigue y sigue la rueda, generación tras generación, hasta que finalmente se reviente por la poca o ninguna posibilidad de pagar tantos regalos.

En unos años, los países que más subsidios den serán los más pobres y sus talentos se irán a otras latitudes o crearán una burbuja social que ignore por completo el problema. Claro, si no aparece un socialista del siglo XXI.

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