LA BUSQUEDA DE UN IDEAL COMÚN

Diciembre 27, 2016

LA BUSQUEDA DE UN IDEAL COMÚN

Diciembre 27, 2016

Era otra época, cuando en Panamá no se vivían los tiempos hipermodernos, como dice el filósofo francés Gilles Lipovetsky. Ahora las cosas son distintas, las personas viven en un mundo individualizado donde las grandes corrientes ideológicas, así como las luchas por un mismo fin han desaparecido en todos los aspectos de la vida humana. Nos concentramos más en el presente como si el futuro no existiera, en la moda, en hacer negocios y política propia de caníbales. En todo esto, no encontramos puntos de coincidencia entre nosotros; pues en nombre de la globalización, las barreras y fronteras han desaparecido: donde competimos por un puesto de trabajo con nacionales y extranjeros, donde hay que vivir al máximo hoy sin importar un mañana desconocido e incierto, donde consumir es más importante que disfrutar.

Estos factores no tienen una única causa. Ha sido una serie de acontecimientos, como la caída del muro de Berlín, el Internet, el surgimiento de la democracia y las libertades en países donde había dictaduras, la facilidad de desplazamiento que provoca grandes migraciones, la tecnología personal, entre otros acontecimientos, lo que nos ha llevado a cambiar nuestra forma de ser; olvidando nuestras raíces, costumbres, cultura, folclore, idiosincrasia y hasta la historia. Utilizamos nuestros monumentos, recuerdos, héroes y próceres para atraer a los turistas. Remodelamos nuestra historia para hacer espectáculos para foráneos y olvidamos de antemano mostrárselos, enseñárselos a nuestros hijos. Se masifica todo lo que se pueda consumir, hasta nuestro propio patrimonio, haciendo que este pueblo panameño pierda su propia identidad, costumbres y creencias. Todo en nombre del progreso.

Los gobiernos no escapan a esta realidad. En el nombre de la democracia y la libertad, los gobernantes han pasado de ser autoridad regidora a administradores de la cosa pública. El desorden es general en los tres órganos del Estado. Ya no se llega a los puestos de mando por ideologías reivindicatorias de alguna circunstancia nacional o por la intención de dejar un legado u obras a las futuras generaciones o por razones históricas. Se busca el poder pensando en uno mismo, en las ganancias personales, en el disfrute de las prebendas. Los gobiernos ignoran el pasado y no aceptan el mañana, como si lo único que importara fuera el hoy, el presente.

Se asiste a elecciones y se vota en contra del partido que se encuentra en el poder en ese momento, desilusionados por lo que no hicieron o hicieron mal. Se acepta la propuesta de la oposición sin ni siquiera entender lo planteado, y la historia se repite una y otra vez. Los mandatarios llegan al poder a gerenciar, a disfrutar el que todos los panameños dependamos de ellos, pues lastimosamente el país y sus leyes gravitan alrededor del Ejecutivo. Pero antes de aprovechar dichas circunstancias para acortar la brecha social, para restablecer la seguridad pública o para mejorar el sistema educativo tan atrasado y precario como el que tenemos, se distraen en hacer política, en tomarse fotos inaugurando obras que no solucionan el hambre, la miseria o la falta de educación. El aquí y ahora es determinante en estos tiempos, donde la última moda se impone ante la necesidad; donde el tener poder es más importante que eliminar la delincuencia creciente; donde es mejor no alterar el crecimiento aparente con grandes rascacielos a llevar soluciones a los pobres que no pueden ver -ni mucho menos disfrutar- de este supuesto éxito nacional.

Este panorama sombrío no fue el que imperó e inspiró a nuestros próceres cuando llegó la hora de actuar. Se dio la independencia de Colombia, que podrá ser cuestionada por muchos, pero cuya intención era clara y necesaria para un sin número de panameños convencidos de que sería lo mejor para todos. Era en ese preciso momento de nuestro quehacer histórico en que hubo que cuestionarse lo que Ernest Renan se preguntó en 1882, “¿Qué es una Nación?”. Al final todo parecía indicar que es un acuerdo de voluntades. No podemos decir que la nación la define un solo factor, sino una multiplicidad de ellos. Tal vez lo fue el gozo o el dolor sufrido y compartidos por los miembros de una comunidad, en aquel entonces llamada Panamá. De 1903 en adelante nos unieron muchos factores como lo son el idioma, la cultura, alguna ideología política, creencias religiosas y las costumbres, que si bien no definen una nación coadyuvan a su construcción. Sin embargo, debo aclarar y recordar que, en una sociedad, no podemos decir que la unión de la nación es una única religión o un único idioma. Basta repasar la historia de otras naciones donde la diversidad religiosa o idiomática es tan desigual que, como dijera, son sus voluntades y deseos uniformados lo que los mantienen como tal.

Hemos tenido diferencias, pero el final lo buscado siempre fue lo mismo, un Panamá mejor. De allí que las reivindicaciones canaleras, el inquilinato,la Guerrade Coto, la creación de instituciones estatales que han perdurado en el tiempo, el repudio a las intervenciones norteamericanas, entre otras, fueran causa común para nosotros y luchas permanentes de tantos personajes nacionales, como si los protagonistas con sus obras quisieran dejar resuelto esos conflictos para toda la eternidad.

Si tomamos los temas del diario vivir encontraremos coincidencias que ya nos unen, pero que sólo falta quien las reúna en una bolsa las haga suyas y las resuelva, sin importar cuál consecuencia tenga para aquellos que se opongan.

Todavía se puede encontrar a alguien que no crea que los principales problemas de Panamá son: el agua, la basura, la delincuencia, la educación o las extraordinarias prebendas de los diputados?

Rompamos, pues con la individualización y unámonos en un solo Panamá como lo hicieron los verdaderos padres de la patria.

Era otra época, cuando en Panamá no se vivían los tiempos hipermodernos, como dice el filósofo francés Gilles Lipovetsky. Ahora las cosas son distintas, las personas viven en un mundo individualizado donde las grandes corrientes ideológicas, así como las luchas por un mismo fin han desaparecido en todos los aspectos de la vida humana. Nos concentramos más en el presente como si el futuro no existiera, en la moda, en hacer negocios y política propia de caníbales. En todo esto, no encontramos puntos de coincidencia entre nosotros; pues en nombre de la globalización, las barreras y fronteras han desaparecido: donde competimos por un puesto de trabajo con nacionales y extranjeros, donde hay que vivir al máximo hoy sin importar un mañana desconocido e incierto, donde consumir es más importante que disfrutar.

Estos factores no tienen una única causa. Ha sido una serie de acontecimientos, como la caída del muro de Berlín, el Internet, el surgimiento de la democracia y las libertades en países donde había dictaduras, la facilidad de desplazamiento que provoca grandes migraciones, la tecnología personal, entre otros acontecimientos, lo que nos ha llevado a cambiar nuestra forma de ser; olvidando nuestras raíces, costumbres, cultura, folclore, idiosincrasia y hasta la historia. Utilizamos nuestros monumentos, recuerdos, héroes y próceres para atraer a los turistas. Remodelamos nuestra historia para hacer espectáculos para foráneos y olvidamos de antemano mostrárselos, enseñárselos a nuestros hijos. Se masifica todo lo que se pueda consumir, hasta nuestro propio patrimonio, haciendo que este pueblo panameño pierda su propia identidad, costumbres y creencias. Todo en nombre del progreso.

Los gobiernos no escapan a esta realidad. En el nombre de la democracia y la libertad, los gobernantes han pasado de ser autoridad regidora a administradores de la cosa pública. El desorden es general en los tres órganos del Estado. Ya no se llega a los puestos de mando por ideologías reivindicatorias de alguna circunstancia nacional o por la intención de dejar un legado u obras a las futuras generaciones o por razones históricas. Se busca el poder pensando en uno mismo, en las ganancias personales, en el disfrute de las prebendas. Los gobiernos ignoran el pasado y no aceptan el mañana, como si lo único que importara fuera el hoy, el presente.

Se asiste a elecciones y se vota en contra del partido que se encuentra en el poder en ese momento, desilusionados por lo que no hicieron o hicieron mal. Se acepta la propuesta de la oposición sin ni siquiera entender lo planteado, y la historia se repite una y otra vez. Los mandatarios llegan al poder a gerenciar, a disfrutar el que todos los panameños dependamos de ellos, pues lastimosamente el país y sus leyes gravitan alrededor del Ejecutivo. Pero antes de aprovechar dichas circunstancias para acortar la brecha social, para restablecer la seguridad pública o para mejorar el sistema educativo tan atrasado y precario como el que tenemos, se distraen en hacer política, en tomarse fotos inaugurando obras que no solucionan el hambre, la miseria o la falta de educación. El aquí y ahora es determinante en estos tiempos, donde la última moda se impone ante la necesidad; donde el tener poder es más importante que eliminar la delincuencia creciente; donde es mejor no alterar el crecimiento aparente con grandes rascacielos a llevar soluciones a los pobres que no pueden ver -ni mucho menos disfrutar- de este supuesto éxito nacional.

Este panorama sombrío no fue el que imperó e inspiró a nuestros próceres cuando llegó la hora de actuar. Se dio la independencia de Colombia, que podrá ser cuestionada por muchos, pero cuya intención era clara y necesaria para un sin número de panameños convencidos de que sería lo mejor para todos. Era en ese preciso momento de nuestro quehacer histórico en que hubo que cuestionarse lo que Ernest Renan se preguntó en 1882, “¿Qué es una Nación?”. Al final todo parecía indicar que es un acuerdo de voluntades. No podemos decir que la nación la define un solo factor, sino una multiplicidad de ellos. Tal vez lo fue el gozo o el dolor sufrido y compartidos por los miembros de una comunidad, en aquel entonces llamada Panamá. De 1903 en adelante nos unieron muchos factores como lo son el idioma, la cultura, alguna ideología política, creencias religiosas y las costumbres, que si bien no definen una nación coadyuvan a su construcción. Sin embargo, debo aclarar y recordar que, en una sociedad, no podemos decir que la unión de la nación es una única religión o un único idioma. Basta repasar la historia de otras naciones donde la diversidad religiosa o idiomática es tan desigual que, como dijera, son sus voluntades y deseos uniformados lo que los mantienen como tal.

Hemos tenido diferencias, pero el final lo buscado siempre fue lo mismo, un Panamá mejor. De allí que las reivindicaciones canaleras, el inquilinato,la Guerrade Coto, la creación de instituciones estatales que han perdurado en el tiempo, el repudio a las intervenciones norteamericanas, entre otras, fueran causa común para nosotros y luchas permanentes de tantos personajes nacionales, como si los protagonistas con sus obras quisieran dejar resuelto esos conflictos para toda la eternidad.

Si tomamos los temas del diario vivir encontraremos coincidencias que ya nos unen, pero que sólo falta quien las reúna en una bolsa las haga suyas y las resuelva, sin importar cuál consecuencia tenga para aquellos que se opongan.

Todavía se puede encontrar a alguien que no crea que los principales problemas de Panamá son: el agua, la basura, la delincuencia, la educación o las extraordinarias prebendas de los diputados?

Rompamos, pues con la individualización y unámonos en un solo Panamá como lo hicieron los verdaderos padres de la patria.

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