EL MISMO BARRIO

Enero 11, 2016

EL MISMO BARRIO

Enero 11, 2016

Río de Janeiro es una ciudad conocida por sus famosas playas de Copacabana e Ipanema, el moro de Pan de Azúcar, el Cristo de Corcovado, su famosísima y extraordinaria bossa nova y un ambiente casi tropical. Lo que sin lugar a dudas complementa todo esto es la fama de su gente, que siempre resultan cordiales y amables al visitante que nos hace parecer que viven en un eterno carnaval.

Pero Río de Janeiro tiene dos caras: una para el turista y otra, la real, reflejada en la pobreza. Más del 80% de los residentes de esa ciudad vive en lo que nosotros conocemos con favelas, que no son más que barriadas precarias e informales que han crecido radicalmente de manera desordenada alrededor de la ciudad y a las que nadie les presta la atención debida. Son lugares a los que la policía no se atreve a penetrar, pues tienen sus propios gobiernos y cuyos controles están manejados por organizaciones criminales grandes y pequeñas.

Recientemente, tuve que realizar un viaje de negocios a aquella ciudad. Durante mi estancia llamó mi atención un hombre que salía de un restaurante bastante reconocido con una carretilla y después de un tiempo regresaba con la misma carretilla llena de bolsas de hielo. Me pareció extraño el acontecimiento y me dio por preguntar por qué mandaban a aquel hombre a buscar el hielo en vez de pedirlo a la compañía repartidora. Pensé que el encargado del restaurante me contestaría que se hacía por economía. Pues no, era porque siempre se ha hecho así.

Quedé sorprendido al ver que en pleno siglo XXI los niveles de ineficiencia fueran tan altos en una ciudad como esa.

En Panamá, cada vez que la sociedad confronta dificultades se empieza a decir por las calles y en los medios de comunicación que debemos hacerle cambios a la institucionalidad. A esa famosa frase que ya casi que debemos ponerla en el cintillo del Escudo Nacional, no lo he podido encontrar una definición unísona ni exacta en ninguna parte y con ninguno de los actores que la pregona diariamente. Para algunos, es la modificación de la Constitución; para otros, cambiar a todos los magistrados de la Corte Suprema; otros tantos dicen que es cambiar el sistema que rige a los diputados. En lo que todos coinciden es que nadie dice que debemos cambiar el sistema que rige la educación.

Este es el reto real. Nuestro sistema educativo está desgastado, obsoleto y precario. No puede ser posible que este país tenga ya –y no en el futuro– dos clases de estudiantes: los de escuelas particulares y los de escuelas públicas. Los primeros salen bien preparados y hasta bilingües y los segundos salen como el colegio pueda. No importa cuán brillante seas, si estás en un colegio público tendrás pocas posibilidades de prosperar en la vida, o en otras palabras, la tendrás más difícil.

Es que acaso nadie se da cuenta de que se está abriendo una brecha social que pone en peligro la paz social, la cual es más importante que la institucionalidad, si es que alguien la puede definir. La sociedad panameña históricamente ha vivido con una paz social que nos diferencia de nuestros vecinos; pero, ¿hasta cuándo esto es sostenible si el estudiante de una escuela pública solo puede aspirar a ser lo mismo que fueron sus padres? Hablamos de la inseguridad en las calles; pero,  ¿alguien se ha preocupado por preguntar por qué ha aumentado la delincuencia y el pandillerismo? ¿No será que los jóvenes ya se percataron de que no tienen futuro y que la única forma de obtener los mejores bienes promovidos por el consumismo (celulares, televisores plasma, etc.) y lo imprescindible para la subsistencia es robando?

La educación debe –más que transmitirnos conocimiento– enseñarnos a pensar, a darnos las herramientas que nos permitan entender nuestro entorno y mejorarlo. De lo contrario, solo estaremos condenados a hacer las cosas de una forma “porque siempre se ha hecho así”, como fue el caso vivido por mí en Río de Janeiro.

Río de Janeiro cuenta desde hace rato con las dos clases de estudiantes y ello ha causado la creación de las favelas, los asaltos en las playas que ahora en víspera de las Olimpiadas la misma policía no logra contener. ¿Dónde estaban los gobiernos cuando esto se veía venir? Me imagino que discutiendo sobre la institucionalidad.

¡Despertemos, somos el mismo barrio!

Río de Janeiro es una ciudad conocida por sus famosas playas de Copacabana e Ipanema, el moro de Pan de Azúcar, el Cristo de Corcovado, su famosísima y extraordinaria bossa nova y un ambiente casi tropical. Lo que sin lugar a dudas complementa todo esto es la fama de su gente, que siempre resultan cordiales y amables al visitante que nos hace parecer que viven en un eterno carnaval.

Pero Río de Janeiro tiene dos caras: una para el turista y otra, la real, reflejada en la pobreza. Más del 80% de los residentes de esa ciudad vive en lo que nosotros conocemos con favelas, que no son más que barriadas precarias e informales que han crecido radicalmente de manera desordenada alrededor de la ciudad y a las que nadie les presta la atención debida. Son lugares a los que la policía no se atreve a penetrar, pues tienen sus propios gobiernos y cuyos controles están manejados por organizaciones criminales grandes y pequeñas.

Recientemente, tuve que realizar un viaje de negocios a aquella ciudad. Durante mi estancia llamó mi atención un hombre que salía de un restaurante bastante reconocido con una carretilla y después de un tiempo regresaba con la misma carretilla llena de bolsas de hielo. Me pareció extraño el acontecimiento y me dio por preguntar por qué mandaban a aquel hombre a buscar el hielo en vez de pedirlo a la compañía repartidora. Pensé que el encargado del restaurante me contestaría que se hacía por economía. Pues no, era porque siempre se ha hecho así.

Quedé sorprendido al ver que en pleno siglo XXI los niveles de ineficiencia fueran tan altos en una ciudad como esa.

En Panamá, cada vez que la sociedad confronta dificultades se empieza a decir por las calles y en los medios de comunicación que debemos hacerle cambios a la institucionalidad. A esa famosa frase que ya casi que debemos ponerla en el cintillo del Escudo Nacional, no lo he podido encontrar una definición unísona ni exacta en ninguna parte y con ninguno de los actores que la pregona diariamente. Para algunos, es la modificación de la Constitución; para otros, cambiar a todos los magistrados de la Corte Suprema; otros tantos dicen que es cambiar el sistema que rige a los diputados. En lo que todos coinciden es que nadie dice que debemos cambiar el sistema que rige la educación.

Este es el reto real. Nuestro sistema educativo está desgastado, obsoleto y precario. No puede ser posible que este país tenga ya –y no en el futuro– dos clases de estudiantes: los de escuelas particulares y los de escuelas públicas. Los primeros salen bien preparados y hasta bilingües y los segundos salen como el colegio pueda. No importa cuán brillante seas, si estás en un colegio público tendrás pocas posibilidades de prosperar en la vida, o en otras palabras, la tendrás más difícil.

Es que acaso nadie se da cuenta de que se está abriendo una brecha social que pone en peligro la paz social, la cual es más importante que la institucionalidad, si es que alguien la puede definir. La sociedad panameña históricamente ha vivido con una paz social que nos diferencia de nuestros vecinos; pero, ¿hasta cuándo esto es sostenible si el estudiante de una escuela pública solo puede aspirar a ser lo mismo que fueron sus padres? Hablamos de la inseguridad en las calles; pero,  ¿alguien se ha preocupado por preguntar por qué ha aumentado la delincuencia y el pandillerismo? ¿No será que los jóvenes ya se percataron de que no tienen futuro y que la única forma de obtener los mejores bienes promovidos por el consumismo (celulares, televisores plasma, etc.) y lo imprescindible para la subsistencia es robando?

La educación debe –más que transmitirnos conocimiento– enseñarnos a pensar, a darnos las herramientas que nos permitan entender nuestro entorno y mejorarlo. De lo contrario, solo estaremos condenados a hacer las cosas de una forma “porque siempre se ha hecho así”, como fue el caso vivido por mí en Río de Janeiro.

Río de Janeiro cuenta desde hace rato con las dos clases de estudiantes y ello ha causado la creación de las favelas, los asaltos en las playas que ahora en víspera de las Olimpiadas la misma policía no logra contener. ¿Dónde estaban los gobiernos cuando esto se veía venir? Me imagino que discutiendo sobre la institucionalidad.

¡Despertemos, somos el mismo barrio!

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